La insostenible levedad del «ser hombre»



Hace unos años buscaba en la feria de Tristán Narvaja un libro infantil escrito por un uruguayo o una uruguaya para llevar a mis primos de 8 y 11 años que viven en Brasil. Fue cuando agarré el libro “El vestido de mamá” (2011) de Dani Umpi con ilustraciones de Rodrigo Moraes que cuenta una sucesión de situaciones que pasan a un niño fascinado por el vestido de su madre. Él lo viste, juega con la pieza y enfrenta el rechazo social que se genera.

Al contrario de lo que yo esperaba, el niño no juega a los roles asociados a las mujeres por el hecho de vestir el vestido de su mamá, juega al fútbol. Y lo recuerdo en este momento porque el 8 de Marzo no se trata solo de reconocer los derechos de las mujeres, también se trata de reconocer la potencia creadora y creativa que cultivamos en la feminidad, pero que pertenece a todos y todas. Son las cosas que nos permitimos secretamente, el deseo lleno de vicisitudes, las diversas expresiones de nuestro afecto, la curiosidad y el autocuidado. Esas cosas y muchas otras deberían salir del lugar de la debilidad y del misterio, pues también es fuerza. La diferencia es que ésta no acumula como el poder de dominación adjudicado a los hombres.

La dominación masculina sí permite a los hombres gozar en el éxito: la servidumbre y la atención. Pero también tiene un costo que es el peso de identidades programadas con alto esfuerzo de manutención, costando muchas veces la vida o la libertad y destruyendo un amplio horizonte de posibilidades de «ser» a cambio de algunos momentos de «poder».

“El vestido de mamá” se carga a través del niño no la liberación femenina, pues la moda también tiene sus identidades programadas, sino la posibilidad de ser otra cosa, de imaginarse otra cosa, de recrearse, de vivir la experiencia estética desde otro lugar. No obstante eso también tiene un costo, que es el de reconocer la propia vulnerabilidad como pérdida del poder acumulado, de la búsqueda incesante de afirmación de fuerza, del gozo en la vulnerabilidad del otro (humanos o no) para admitir la dependencia del entorno social y pasar a reconstruirlo en igualdad.

Un desafío importante para la micropolítica y una urgencia para la macropolítica, pues los juegos de la infancia se siguen jugando en las altas esferas del poder, con la diferencia de que la consecuencia es la destrucción sistemática de la reproducción de la vida y con ello las posibilidades de ser de todos y todas.

Imagen: Lucian Freud. Autorretrato. 1956

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