Cuando me propuse a escribir una columna de opinión sobre los tres días que pasé en Porto Alegre junto a la delegación del Frente Amplio, para acompañar las movilizaciones de apoyo al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, me pregunté durante varios días “¿A quién le hablo?”, una pregunta que parece básica, pero en este caso convertiría mis palabras en un mero informe, una oratoria de abogada del diablo o lo que realmente me gustaría que fuese: una reflexión crítica de un proceso que trasciende a Lula.
Por lo tanto, identifiqué tres líneas de fuga durante mi viaje que se escapan de cualquier intento de boicot de la clase dominante brasileña: la mirada subalterna, las mujeres y la desnudez del sistema.
Mientras caminaba entre la gente en los actos públicos había una mirada de urgencia en los militantes y de una convicción que no se había desvanecido pese a la decepción. Quizás nadie supiera decirme con exactitud de qué se trataba ese horizonte al cual miraban, pero estaba allí. También la gente parecía agotada y firme a la vez, dispuesta a la confrontación física con la policía. Y la “izquierda caviar” como los detractores llaman a los intelectuales y profesionales del Estado (en la cual me incluyo) poseía la misma mirada, pero su presencia se veía pequeña delante de los trabajadores y trabajadoras que sufren las consecuencias del cambio de proyecto y de gobierno en carne propia y se concentraban en los actos públicos para ver aquel con quien se identifican. Algo ha cambiado. Y se puede ignorar, como hacen las “nuevas izquierdas” o se puede minimizar, como hace la derecha, pero el proceso acumulativo de formación política que ha “desnaturalizado” el mundo de tantos (incluyendo el mío) y en el cual las bases del PT tuvieron un rol protagonista desde antes de su fundación, salta a la vista. Falta que los dirigentes entiendan y asuman su rol transitorio en este proceso para asegurar su existencia más allá de las coyunturas políticas del momento.
Otra línea de fuga que apunta a un paradigma más amplio fue la fuerza de la presencia física y simbólica de las mujeres. El Encuentro de Mujeres con Dilma marcado para el 23 de enero en la Asamblea Legislativa estaba desbordado de mujeres. El boicot de un corte de luz en la asamblea llevó el acto a la plaza enfrente y las oradoras eran representativas de las mujeres que nunca tuvieron un espacio consolidado en la política brasileña: jóvenes y negras, compartiendo un pequeño escenario con figuras de trayectoria impresionante para un país como Brasil, incluyendo a la primera presidenta Dilma Rousseff. Si no fuera por una reunión de delegados internacionales marcada para la misma hora del Encuentro, yo diría que el PT confirma la consciencia de que el feminismo es inseparable de cualquier proyecto de izquierda. Y temo que en el caso uruguayo sean necesarios algunos tropiezos más para que esa consciencia esté consolidada.
Por último, el juicio en segunda instancia a Lula transmitido en vivo en radio y televisión, sometido al escrutinio público como si fuera un partido final de fútbol, trajo consigo el movimiento paradojal de deslegitimar la Justicia y exponer su selectividad brutal. Aún aquellos que están seguros de la culpabilidad del ex presidente tuvieron que hacer un esfuerzo para buscar en las más de 200 páginas de la investigación del juez Moro alguna prueba contundente de su delito. Pues la retórica vacía, la celeridad o retraso, el tejido con el sistema político y los medios de comunicación, sumados al carácter elitista, patriarcal y racista del sistema judicial brasileño pone en tela de juicio una institución que se presenta como intachable, pero que manda sin juzgar y sin las garantías más fundamentales a un sinfín de jóvenes negros y pobres a la cárcel.
Así como el impeachment supo desnudar delante de la opinión pública a los medios y al sistema político, el juicio de Lula expone otro problema de las estructuras del poder que por cuestiones de calendario electoral los partidos de izquierda suelen mirar para un costado. Una lección que yo resumiría en la siguiente sentencia: la potencia transformadora de esas estructuras está más en lo que se desborda que en lo que contiene.