Trabajadoras, también es nuestro día



El 1º de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, es el día de la lucha obrera. La historia, el movimiento sindical y social nos lo han enseñado así desde que tenemos uso de razón. Sin embargo, este relato construido desde finales del siglo XIX ha dejado por el camino a la mitad de la clase trabajadora y algunos conceptos sobre economía y mercado que conviene repasar.

Al decir de la socióloga María-Ángeles Durán (2013), existe hoy una visión reduccionista de la economía “ciñéndola casi en exclusiva a la producción y distribución de bienes y servicios que tienen valor en el mercado”. Este punto de vista abandona aquella primera idea de Jenofonte, hace más de dos mil quinientos años, donde en su obra “Económico”, analizaba las relaciones sociales y económicas entre hombres y mujeres. Esta dificultad de perspectiva en una lógica capitalista y de mercado, donde el valor está colocado en lo que se monetariza, invisibiliza el papel de las mujeres. Paralelamente, el dominio masculino en la ciencia económica ha seleccionado de manera no neutral los tópicos de estudio y el desarrollo de esta ciencia filtrando los temas que merecen atención.

Desde esta visión nos encontramos con que el trabajo se traduce en “empleo asalariado” y, por tanto, deja afuera el trabajo doméstico y de cuidados. Ese trabajo que realizamos mayoritariamente las mujeres, es la base para que el mercado se siga reproduciendo. Si las mujeres nos encargamos de la reproducción por mandato social y la reproducción social es la base para que siga existiendo la producción y el mercado, ¡vaya si el mercado necesita de las mujeres!

Los estudios feministas han aportado de manera crítica a la visión tradicional de división sexual del trabajo aún vigente, a pesar que muchas personas la consideran antigua. Las mujeres están “hechas” para las tareas de cuidado y domésticas dentro del hogar sin percibir salario y los hombres están “hechos” para el trabajo productivo, asalariado y en el espacio público.

Esta división construida a partir de las diferencias biológicas genera desigualdades sociales entre hombres y mujeres, porque el valor y la jerarquía que tienen las actividades productivas no es el mismo que el que tienen las actividades reproductivas. Sabido es que en la sociedad capitalista lo que importa es lo que se traduce en dinero.

La segunda ola del feminismo, en los años `70 del siglo pasado, colocó los elementos para reconocer que el trabajo doméstico existe, que se le debe dar un valor económico. A su vez, comenzó a estudiar y analizar de manera específica la actividad laboral de las mujeres. Las revisiones históricas colaboraron en entender el rol protagónico y activo que tuvieron las mujeres en la revolución industrial, así como el surgimiento de la figura social del “ama de casa” cuidadora de la fuerza de trabajo actual y futura de los hogares.

En la siguiente década, los estudios feministas comienzan a examinar las desigualdades entre hombres y mujeres en el mercado de trabajo. Los estudios demuestran las brechas que existen entre trabajadoras y trabajadores. Entrados los años `90, se profundizan los análisis que destacan cada vez más la importancia del trabajo de cuidados como contribución al bienestar de las personas y de toda la sociedad.

Asimismo, existen enfoques que afirman que en las sociedades industrializadas los proyectos de vida de las mujeres adultas pueden interpretarse como “ambiguos”, ya que la lógica social las obliga a asumir el empleo y el trabajo doméstico al mismo tiempo. Esa cotidianeidad “atrapa” a las mujeres en un tiempo y espacio que parece ser percibido sólo por ellas, deben de solucionarlo y perdura a lo largo de toda la vida más allá de los primeros años de la maternidad.

En la actualidad, los mayores consensos de los análisis feministas son la demostración que las teorías hegemónicas del mercado de trabajo, la segmentación de ese mercado y el capital humano, son ciegos a una perspectiva de género. Coinciden además en la necesidad de identificar y reconocer las desigualdades, la segmentación horizontal y vertical, o la persistencia de las discriminaciones indirectas como las brechas salariales y el acoso sexual.

La división sexual del trabajo también se traslada al trabajo asalariado, basta una breve mirada en distintos ámbitos: ¿Quiénes enseñan en las escuelas? ¿Quiénes son pediatras y quiénes cirujanos? ¿Quiénes operarios en cuadrillas y quiénes administrativas en la oficina? Las elecciones laborales pueden ser decisiones personales – en el mejor de los casos- dentro de un sistema sexo-género, donde detrás de esas profesiones y empleos hay una valoración social y salarial.

Paralelamente, la “carrera” profesional – cual maratón capitalista- es la que castiga las discontinuidades laborales de las mujeres (porque decidieron parir en algún momento, al menos muchas de ellas) dificultando su ascenso a la primera división de los puestos directrices, gerenciales y por tanto de decisión. El techo de cristal que le dicen, que en nuestro país es una cúpula indestructible.

Ni hablemos entonces que además de trabajar cuidando y siendo obreras, las mujeres podamos tener espacio para la participación política, social o para realizar actividades de ocio y tiempo libre. La igualdad sustantiva sigue siendo parte de la utopía.

La pregunta desde el lugar político es ¿por dónde cambiar? En los últimos años se han aprobado varias normas que intentan, a través de las leyes, crear condiciones de igualdad como la ley Nº18868/12 que prohíbe a las empresas realizar el test de embarazo en cualquier etapa del proceso de selección de personal, las leyes de licencia maternal y paternal y la ley Nº18065/006 de trabajo doméstico que por primera vez equipara los derechos de las trabajadoras domésticas a los demás trabajos. El Sistema Nacional de Cuidados, si “se cuida y vela” por mantener la perspectiva de género, es una política pública que puede llegar a tener verdaderos impactos en la vida de toda la sociedad y en especial de las mujeres.

Proponemos no abandonar los análisis críticos, debatir y pensar cuál es el camino a recorrer y por dónde continuar. Reconocer que se debe seguir cuestionando la lógica de la economía tradicional de producción mercantil y realizar acciones en ese sentido es decisivo. Incrementar los recursos sobre lo que se estudia y analiza estadísticamente es un acto político. Por eso, ampliar la mirada y proponer nuevas formas de observar en materia de trabajo, empleo e índices económicos, es una señal.

La revisión de la propiedad de la tierra, de las viviendas e incluso el agua, son elementos que hoy se introducen en las recomendaciones internacionales para que los países transiten hacia un desarrollo sostenible. Creemos que es imposible hacer esta revisión desde una concepción supuestamente neutra desde el punto de vista de género, sería una demostración política que no se ajusta al presente y al Uruguay que queremos.

Seguiremos colocando el tema, incidiendo y peleando porque las trabajadoras en todas sus formas sean reconocidas. Así que por eso hoy digo: salú trabajadoras, es nuestro día.

Ana Gabriela Fernández Saavedra

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