Igualdad real



Hoy, otra vez, es 8 de marzo. Hoy, otra vez, tenemos que aclarar que es un día de reivindicación y no de celebración, que queremos derechos y no flores, que ojalá no fuera necesario un Día Internacional de las Mujeres. Hoy, otra vez, tenemos que explicar y poner en práctica nuestra acción pedagógica. No nos quejamos, otras mujeres antes que nosotras la tuvieron o la tienen – aún hoy-  más difícil.

Marcela Lagarde decía -hace unos meses en una conferencia- que las mujeres debemos ser “insistencialistas”. Aludía a que si hay una esencia femenina, que sea la de insistir y a la que no podemos renunciar si queremos seguir avanzando en una sociedad más igualitaria. Sin duda alguna en este Uruguay democrático, supuestamente igualitario e integrador, todavía debemos seguir insistiendo, explicando, convenciendo y prestando los lentes -esos que algunas antes que nosotras nos prestaron- para aprender a mirar las desigualdades entre mujeres y hombres, los mismos hombres, las mismas mujeres.

Hace unos días una joven moría por no acceder a un aborto en condiciones seguras, a pesar de la ley, de la información desplegada, de profesionales con compromiso y de las campañas que se han hecho. Casi en los mismos días otros dos jóvenes, hombres esta vez, morían en la ruta 2 cerca de la ciudad de Mercedes jugando a mostrar quién era el más valiente y no se desviaban del camino en sus motos. Uno frente a otro: la gallinita ciega.

El acoso en el trabajo, en la calle, en las plazas, los intentos de asesinato en manos de sus compañeros, el acto extremo del feminicidio, la violencia sexual silenciada en las familias y en las parejas. Los asesinatos en la vía pública a mujeres trans.

La publicidad, el cine, la televisión y las redes, siguen designando y acentuando los roles para los que creen estamos hechas unas y otros. En las conferencias magistrales los disertantes son todos hombres; en las fotos de reuniones de ex presidentes, por supuesto son todos hombres.

En ocasiones, en las clases de Educación Física de las escuelas, a las niñas se les sigue “permitiendo” presentar excusas para no hacer la actividad, limitando el desarrollo motor de su cuerpo. Los textos donde se enseña continúan impregnados de sexismo y el discurso sigue refiriéndose a losmaestros de la institución cuando son todas mujeres.

Asistimos a la mezcla actual entre consumo, capitalismo y patriarcado que nos devuelve jóvenes hipersexualizadas desde edades tempranas, niños disfrazados de super héroes, niñas princesas, adultas queriendo ser cada vez más jóvenes, hombres cada vez más preocupados por alcanzar el poder que representa el mejor auto, pertenecer a la hinchada más pesada y aumentar la lista de amantes clandestinas mientras se sigue siendo un “Señor”.

Algunas personas jóvenes pensarán que esta discusión “ya fue” y otras personas veteranas estarán diciendo “otra vez con lo mismo en mi época era peor”. El relativismo de las experiencias personales no nos deja mirar a nuestro alrededor. Sin lugar a duda, en este tema de la igualdad tenemos diferentes paraguas bajo los cuales nos cubrimos que nos dejan permear más o menos la lluvia. Por un lado, está el gran paraguas de la cultura en la que vivimos y los símbolos que tenemos en la sociedad uruguaya: ¿Cuáles son los símbolos recurrentes en nuestra cultura? Luego le sigue el paraguas de las normas que rigen en nuestro país, las escritas y las consuetudinarias. El tercer paraguas es el de las instituciones, redes y relaciones en las que nos movemos cada una: las instituciones educativas, los lugares de trabajo, los clubes deportivos, los grupos de pertenencia, el barrio, la familia. Finalmente, quiénes somos o qué hacemos cada una de forma personal y subjetiva con esos paraguas anteriores.

Todos esos paraguas de diferentes formas y tamaños se entremezclan, nos cubren por un lado y nos descubren por otros. No son los mismos los que tenemos en el campo que en las ciudades. No es lo mismo el interior (los diferentes interiores del Uruguay) que Montevideo y también según qué barrio de Montevideo. Hemos avanzado en normas escritas, en leyes de protección de derechos en materia de igualdad, pero no siempre se cumplen o se cumplen a medias. Pertenecemos a familias más críticas del sistema patriarcal donde educamos o somos educadas desafiando el sistema pero nos damos de frente por ejemplo con un sistema de salud que le sigue preguntando al papá: “¿La mamá no podía venir?”

Las políticas públicas en materia de igualdad han tenido avances importantes, pero las resistencias cotidianas a llevarlas adelante corren por las venas de toda nuestra sociedad. Por unas y por otros. Hay demasiado desafío al orden imperante con esto de ser realmente iguales. Seguimos siendo un poco hipócritas en declarar la igualdad, hacerlo políticamente bello y luego pisarnos el palito a cada paso. Porque la igualdad real nos interpela en nuestras propias entrañas, nos modifica nuestras relaciones personales, nos juzga como sociedad y nos transforma nuestra cultura.

Entonces debemos preguntarnos ¿Qué tipo de igualdad queremos? ¿Qué las mujeres y los hombres tengamos los mejores autos, compitamos por el equipo y peleemos a la par en las hinchadas? ¿Queremos la igualdad de quien grite más fuerte? Yo, así, no juego más.

La igualdad que queremos es la igualdad real, verdadera, cotidiana; la de todos los días. La igualdad que si sonrío en un ámbito laboral no quiera decir “quiero algo contigo”, la igualdad de ganar el mismo salario, la igualdad de no cantar más el arroz con leche, la de pasear con mis amigas por la calle sin ser acosadas o que mi hija se pueda ir de mochilera de viaje con una amiga y no tenga miedo, ni ella ni yo. Queremos paridad.

Por eso, no alcanzan las políticas de igualdad si no trabajamos desde cada lugarcito para empujarla. Reinventemos los juegos para crear otro mundo: Soñemos que somos iguales para llegar realmente a serlo.

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