Diversas pero no dispersas



Entre el jueves 23 y el sábado 25 de noviembre nos reunimos en Montevideo más de 2300 mujeres de toda América en el 14 Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (14 EFLAC). Experiencia maravillosa donde todas pudimos dar nuestros puntos de vista sobre los más variados temas que tienen que ver con nuestra vida cotidiana, la sociedad, o con los diferentes espacios de trabajo o participación en donde nos encontramos. La riqueza de las diferencias y la diversidad.

¿Por qué será que a menudo cuesta tanto reconocernos como especie -la humana- diversa? Sin embargo, creo yo, lo que nos está costando es algo más que el reconocimiento de la diversidad. Lo que nos cuesta es la aceptación y la real construcción común más allá de nuestras diferencias.

¿Qué tengo en común con una mujer andina de una zona rural o con la mapuche que se sentó a mi lado y me explicó cómo estaba organizada la resistencia por las tierras en el sur de Chile? ¿Qué tenemos en común las uruguayas blancas con las brasileñas afro de la favela de Río de Janeiro o con la mujer que tuvo que desplazarse en Colombia a raíz de la guerra y que ahora participa por los derechos sexuales y reproductivos?

Por estas latitudes las sociedades en las que vivimos han sido construidas en base a un único y hegemónico modelo común: el hombre blanco, de clase media, heterosexual, exitoso. Todo lo que se sale de esa norma tiene sus costos. En algunos casos más y en otros menos.

En San José, las mujeres edilas denunciamos hace unos meses atrás cómo otro edil -tenemos el mismo rango, jerarquía y llegamos de la misma manera a ese lugar- se refería a nosotras con agravios verbales. En Perú, nos contaba una compañera, un alcalde violó a una concejala que también estaba allí con los mismos derechos en ese espacio de decisión política. La matriz es la misma, el origen es común: creerse con más derechos, ser cómplices de un sistema en el que algunos y algunas se sentirán con mayores privilegios y con derecho a la propiedad de esa otra a la que consideran menos o inferior. Ese sistema que coloca el centro en el hombre blanco se llama patriarcado. Funciona aquí, en África o la India… En otras partes con otros parámetros siempre basados en el poder y la riqueza.

El patriarcado lo reproducimos todos los días todas y cada una de nosotras (Sí. Tú y yo también). En las cadenas de whatsapp, en las reuniones de madres en la escuela, en los regalos que compramos para los cumpleaños, en las cenas con el grupo de trabajo y por supuesto, en la cancha de baby fútbol. ¿Tienes dudas? Piensa un momento en las preguntas que te hacen cuando vas a comprar un regalo, en los chistes que circulan por whatsapp, en quiénes se miran a la cara cuando la maestra llama a reunión porque surgió un problema en la clase y lo que esperas de tu hijo cuando está en la cancha.

Luego están los hechos más brutales y violentos, esos que cuestan vidas. Pero sepamos que cuando hay una brutalidad de esas que escandalizan a los más puritanos, antes, hubo muchas desigualdades como algunas de las que nombré. Ahora, no embarremos la cancha. La violencia no puede tener como respuesta más violencia, porque si no, es el pez que se muerde la cola.

Hablo de juicio y aplicación de las normas y penas previstas, pero fundamentalmente lo que tenemos que hacer es revisar nuestras prácticas, nuestras vidas, nuestras relaciones. Identificarnos como parte del problema y como parte de la solución, pero no dejando que el problema sea “eso que les pasa a los otros”.

Nunca he tenido que pasar una agresión física tan grande y brutal como muchas mujeres que estaban conmigo en ese encuentro, o como muchas de las mujeres que viven en la misma ciudad que yo, pero no por eso voy a dejar de ver el problema, practicar la empatía para ponerme en el lugar de la otra y cuestionarme en qué parte puedo cambiar algo para ayudar a la solución. A veces una llamada de teléfono alcanza. A veces, un mensaje de solidaridad o un twitter. A veces promover una ley o decreto, a veces simplemente estar.

En el encuentro feminista vivimos la diversidad de miradas y también de pensamientos, no todas las opiniones eran las mismas, ni tampoco los posicionamientos políticos. Sin embargo, el reconocimiento de la desigualdad de género nos encuentra juntas con un objetivo común: alcanzar la igualdad real. Por eso y para eso estuvimos juntas, diversas pero no dispersas.

 

Ana Gabriela Fernández

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