Dentro de este período de gobierno, el lunes 9 y con nuevo Presidente, comenzó otra etapa en la Junta Departamental; el penúltimo ciclo de este quinquenio. Personalmente la integro por primera vez y día a día desespero por la lentitud de las resoluciones que no se concretan en reales acciones ejecutivas o debates que se transforman en discusiones eternas y sin consecuencias en la realidad. No puedo más que desear que ojalá las concreciones sean más numerosas. Aunque difícil en los tiempos electorales que se vienen, no será imposible. Comencemos por un balance autocrítico del que, como queda dicho, formo parte; la intención que lo inspira es constructiva y estimo conveniente no dejar pasar el momento.
Hace dos años, en una columna referida al tema de descentralización, formulé la pregunta: ¿Para qué queremos las Juntas Departamentales en nuestro Uruguay del siglo XXI? ¿Realmente necesitamos 31 ediles y edilas en cada uno de los 19 departamentos que suman un total de 598 en todo el país? La modificación de este orden político de organización nacional parece cada vez más improbable. La voluntad política que pueda existir en todos los partidos para discutirlo y aprobarlo parece cada vez más difusa y distante. O sea, que mientras tanto, en lo que queda de este período de gobierno departamental sería lógico tratar de hacer las cosas de la mejor manera posible y con la mayor efectividad. ¿Cómo lo ve el lector? Quizá también a él se le escape este comentario: “Está bravo…”.
Los siguientes ejemplos nos ayudan a reflexionar:
Desde que asumimos en 2015 hemos planteado la modificación del reglamento de funcionamiento de la Junta Departamental ya que su última actualización es de 2007. Por ejemplo, el reglamento no contempla la existencia de los Municipios. Tampoco contempla la existencia de Comisiones Asesoras para temas muy importantes. Al punto que no incluyen temas de actualidad tales como el Ordenamiento Territorial o el Género, que se crearon como excepcionalidad. El Frente Amplio nombró a sus representantes para integrar una comisión de reforma que no ha funcionado por falta de voluntad política del Partido Nacional que no ha designado los suyos. Nuestro planteo ha sido reiterado e insistente, la voluntad política de la mayoría en el Partido Nacional no lo ha permitido.
Hace más de un año presentamos un proyecto de Decreto para promover el uso reducido de la sal. Hay acuerdo de todos los grupos con respecto a la necesidad de proceder a decretarlo. Sin embargo, no se termina de aprobar. Es de una claridad meridiana, no puede haber dudas. Las consultas realizadas lo corroboran. Pero… Aún no ha salido.
En agosto de 2017 realizamos una media hora previa con un pedido y reclamo sobre la empresa COTAR. Se solicita que extienda el recorrido hasta Balneario Ordeig además de entrar a las nuevas viviendas de MEVIR, entre otras cuestiones. De esa forma se elevó al Ejecutivo departamental. Sin embargo –qué sorpresa-, la semana pasada se presentó por parte de dos ediles del Partido Nacional una moción urgente con el mismo tema. Esta vez sí, se votó por unanimidad. Bienvenido sea, aunque habían pasado 10 meses. Ojalá el ejecutivo demore poco en llevarlo adelante.
Parecida es la iniciativa de la compañera Mariana de los Santos con el tema del uso de las bolsas de nylon. Parece que “ahora sí” se tomaría en cuenta. Nada diferente está ocurriendo con proyectos que presentamos en las Comisiones de DDHH o de Educación y Cultura. Y un largo etcétera.
Esta inoperancia y poca eficiencia es exasperante. No hay cosa que me moleste más que la pérdida de tiempo. ¿Por qué no se aprueban las cosas en las que se está de acuerdo? ¿Por quién o quiénes la presentaron? ¿Por qué no se discuten los puntos que no se está de acuerdo y se negocia? Al fin y al cabo, en el ejercicio de la política debemos debatir y construir con quienes piensan diferente. Sabemos de las mezquindades que existen, pero deberíamos cambiar algunas lógicas para hacer un poco más efectiva la tarea. En definitiva, para eso se nos eligió. Ojalá este nuevo período abra esa puerta.
Esta no quiere ser más que una crítica constructiva.
Ana Gabriela Fernández