La negación del futuro como política del Uruguay Agrointeligente



Con eslóganes como “pan para hoy, y más pan para mañana”, el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) se dedica desde ya hace algunos años a defender lo que considera uno de los lineamientos estratégicos fundamentales de su propuesta de “Uruguay Agrointeligente”: la intensificación sostenible.

El pasado 5 de Julio, exactamente un mes luego de la celebración del Día del Medio Ambiente, Enzo Benech y jerarcas del MGAP visitaron la Comisión de Ganadería de la Cámara de Senadores con el objetivo de compartir la visión de su cartera sobre el proyecto que promueve un Plan Nacional de Agroecología. A pesar de que la propuesta está en el Programa de Gobierno del Frente Amplio y descansa en comisión desde agosto del 2016, el Ministro y sus Directores dedicaron la mayor parte de su comparecencia a dar a conocer las políticas que se implementan, sembrar dudas sobre el proyecto y aclarar al mismo tiempo cuál es su lectura del presente y el futuro del desarrollo productivo del país en este sector[1].

Mucha agua ha pasado bajo el puente desde aquel Uruguay “pastoril y caudillesco” del Barrán que supimos hojear en el liceo y hoy, en pleno siglo XXI, estamos frente a un país agro-exportador en la mayor parte de los rubros que en los últimos años ha sufrido un gran cambio tecnológico, quizá con nivel de revolución para la historia agrícola nacional. Sin embargo este cambio, que más bien ha consistido en la adopción de paquetes, sólo ha logrado alcanzar niveles récord de productividad por unidad de superficie productiva sobre la base una enorme utilización de insumos[2].

Estos sistemas no solamente vienen teniendo un fuerte (y creciente) impacto ambiental –especialmente sobre las aguas, pero también sobre suelos y la biodiversidad– sino que tienen grandes dificultades para generar resultados económicos satisfactorios y una baja flexibilidad de sus esquemas para adaptarse a la coyuntura climática y económica. Como queda claro de la exposición del Ministro y sus colegas, la respuesta de la política pública ha apostado por esta “intensificación sostenible” que en definitiva busca algo que a la postre se presenta esquivo: aumento de los niveles de productividad y disminución de los impactos ambientales.

No sólo parece un error pensar que la resolución de problemas económicos y ambientales de nuestros sistemas productivos pueda venir de la mano de un incremento de la productividad en sistemas con una alta dependencia de insumos, sino que la evidencia sencillamente no acompaña. Para muestra, generalmente basta un botón: allí está el arroz con sus productividades récord a nivel internacional y su incapacidad de salirse de los números rojos.

La experiencia de Uruguay, además, no es única.  En un estudio interdisciplinario publicado en Nature Sustainability el mes pasado, y en donde se analizan casos en América Latina, África y Asia, se afirma que “a pesar de que la intensificación de la agricultura es a menudo considerada la columna vertebral de la seguridad alimentaria y la sostenibilidad agrícola, la realidad es que dicho fenómeno con frecuencia socava condiciones fundamentales para el mantenimiento de la producción estable y a largo plazo de alimento, incluyendo la biodiversidad, la formación de suelo y la regulación hídrica[3].

Desafortunadamente los problemas de adoptar acríticamente este modelo existen y la capacidad de fiscalizarlos se muestra escasa e insuficiente, como dejan entrever las apreciaciones del ex-Decano de Agronomía (ahora Director de Recursos Naturales)[4] Fernando García. Para algunos, la necesidad de un cambio es evidente y la noción de que avanzaremos en sustentabilidad sólo “controlando” este modelo y no jugándonos por las alternativas ya no resulta suficiente. Como dijera John Dewey en su fantástico The Public and its Problems, “la formación del Estado debe ser un proceso experimental” y en esta materia, la agroecología en tanto “disciplina científica, conjunto de prácticas y movimiento social[5] tiene aportes fundamentales para realizar (varios  de los cuales, incluso, son complementarios a los postulados de la intensificación sostenible).

Lo que nos hace falta es que los temas ambientales pasen de tener un lugar accesorio y estético para constituirse en aspecto central, incorporado integralmente en las políticas de desarrollo productivo. Es imperativo desarrollar políticas que den un fuerte impulso y apoyo a los sistemas de producción alternativos. Hace falta pensar el país agropecuario en clave sistémica, con una fuerte centralidad en una genuina (y no solamente declarativa) solidaridad ambiental intergeneracional. Esto implica considerar sistemas orgánicos y agroecológicos, sin olvidar los llamados low input. Negar (o minimizar) los impactos ambientales que tiene la cantidad y prácticas generalizadas de utilización de agroquímicos es negar la realidad, y sobre todo, hacerse trampa al solitario.

Para que nuevos sistemas de producción sean capaces de formar parte integral y central del país agrointeligente, hace falta no solo salirse de una rigidez tecnológica que no sabe pensarse sin la existencia de agroquímicos, sino pensar en llevar a cabo un fuerte impulso de desarrollos científicos y tecnológicos que permitan sustentar un cambio productivo real.  La producción de conocimiento para encontrar y probar alternativas más armoniosas para con el ambiente dependen, antes que nada, de voluntad política como la que se expresa en el proyecto a consideración de nuestros legisladores.

Por supuesto, una política de estado no puede estar pensada desde una posición antagónica de lo rural hoy, o tener como punto de partida silogismos categóricos donde los productores que utilizan agroquímicos son los enemigos de la sociedad y de la naturaleza. Es necesario construir acuerdos que partan de entender las realidades socio – ambientales de las distintas regiones agropecuarias del país y apostar a la creación de una cultura de cuidado de la naturaleza tenga que ver más con la calidad de vida de las personas y menos con insertar un producto en determinado mercado. Alguien dirá que son matices, pero, parafraseando al Maestro Tabárez otros podríamos decir que los partidos a este nivel se juegan en los detalles.

Detalles tales como que mientras el glifosato ha sido incluido en la lista de posibles cancerígenos de la OMS y la FAO ha definido a la agroecología como estratégica para el desarrollo agrícola futuro, el ministro Benech expresa públicamente que “no es posible producir sin agroquímicos” y la directora de Granja los compara con aspirinas.

Una política pública de izquierda, antes que nada, debe alentar la esperanza. Podemos, y debemos, mejorar.

 

Andrés Carvajales y Ezequiel Jorge, biólogo uno y agrónomo el otro son integrantes del Círculo Verde de Casa Grande – Frente Amplio.

 

[1]     Muy fácil de apreciar para quien lo desee en las actas de la sesión de la Comisión, disponibles en:.

[2]     Por no mencionar más que uno… El uso de agroquímicos y, especialmente, de herbicidas ha tenido un incremento exponencial en las últimas dos décadas (ver anuario DIEA).

[3]     A second important finding is that for any given impact on ecosystem services, the distribution of well-being impacts is uneven, generally favouring wealthier individuals at the expense of poorer ones.

[4]     Denuncias García-Préchac

[5]     Que es como la reconoce la Organización de Naciones Unidas

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